Hay que estar pendiente de lo que ocurra en el juicio que se celebrará en Filadelfia, la «Ciudad del Amor Fraternal», a un obispo, tres sacerdotes y un maestro de escuela católica, por conspirar para violar y violar repetidamente a menores de edad en su parroquia. Éste es el primer caso que se presenta contra un prelado, por la práctica --que ya sabemos que era consuetudinaria--de mudar curas pedófilos a parroquias sin advertir acerca de sus antecedentes. Se trata de hechos acaecidos en los últimos años de la década de los 90, protagonizados por sacerdotes cuarentones y cincuentones, que cogieron muy a pecho aquello de «dejad que los niños vengan a mí».
Lo que llama la atención es que, dada la extensión del encubrimiento eclesiástico de los abusos físicos y sexuales a menores durante tanto tiempo, éste sea el único caso que se haya presentado en Estados Unidos en el que se impute el traslado de pedófilos como estrategia para ocultar sus fechorías. Dejando a un lado lo que, en su día, dictamine la «justicia divina», son muchos más los que tienen que rendir cuentas por esto al César...empezando por el que está en el Vaticano.
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