El afán de proteger a los grandes intereses económicos ha llevado a Antonin Scalia, juez asociado del Tribunal Supremo de Estados Unidos a hacer el ridículo. Invocando un poder que rara vez se usa, él solito emitió una orden que paralizaba el pago de $270 millones como parte de una sentencia dictada hace siete años contra cuatro grandes tabacaleras en un pleito de clase para, en este caso, establecer un programa para ayudar a dejar de fumar. Scalia -- que es fumador -- tomó esa insólita decisión basado en su creencia de que, en su día, el Tribunal en pleno vería la apelación y decidiría a favor de las tabacaleras. Por lo tanto, emitió la orden para evitarles el «daño» de tener que pagar esa suma en un caso que finalmente ganarían
Quizá para darle una lección, por su arrogancia, sus compañeros de estrado lo han dejado solo, pues no sólo no revocaron la decisión, sino que ni siquiera aceptaron la apelación, sin dar razones para ello. Scalia, odioso y soberbio como pocos, no ha dicho ni hostia.
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