La credibilidad de los testigos es un elemento fundamental en todo proceso judicial. Ello es así, sobre todo en los de cargo, habida cuenta de que es el Estado el que tiene el peso de la prueba. El veredicto absolutorio en el caso del exrepresentante Luis Farinacci demuestra que la mendacidad aceptada por su esposa y acusadora fue definitiva. La norma de que la falta de honradez en un asunto debe tomarse en cuenta para decidir si se cree lo que se dice con respecto a otro minó su credibilidad. Tampoco hay que olvidar que ella insistió en que él era usuario de drogas, y ello no se evidenció en la prueba que se le hizo cuando todavía era representante a la Cámara.
Esa misma falta de confianza en la veracidad de quien acusa es la que ha dado al traste con la acusación contra el exDirector del Fondo Monetario Internacional por violación a la mucama del hotel en Nueva York. Las mentiras que se le han descubierto -- aun en asuntos anteriores al caso -- la han desacreditado irremediablemente.
Es posible que en uno u otro caso, o en ambos, el acusado haya sido culpable, pero sus acusadoras no tenían las «manos limpias» y ellas mismas se embarraron.
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