No se respetan las palabras. La gente piensa que puede alterar, a su gusto y conveniencia, el significado de una palabra, pero no es así. Las palabras trasmiten un contenido y unas ideas que no están sujetas a interpretaciones acomodaticias para complacer caprichos personales o servir a manipulaciones ideológicas. Lo ocurrido en estos días con la visita del Gobernador de Puerto Rico a España tiene mucho de esta pretensión de deformar la realidad para engañar a los demás.
Lo que define a una persona es su nacionalidad, consecuencia de ser parte de una nación, por haber nacido en ella. Por lo tanto, los puertorriqueños somos nacionales de Puerto Rico. Éste es un hecho inalterable. Ocurre que, casi siempre, la ciudadanía corresponde a la nacionalidad, pero en nuestro caso, siendo colonia de Estados Unidos, tenemos la ciudadanía de ese país. Si bien uno puede tener más de una ciudadanía - mi esposa tiene la dominicana de origen y la de Estados Unidos simultáneamente - sólo puede tener una nacionalidad. Decir que una persona se «nacionaliza» de otro país cuando adquiere esa ciudadanía es un soberano disparate, aunque haya leyes que así lo hagan constar. ¿En qué cabeza cabe que una persona que nace, se cría y vive la mayor parte de su vida en su país de origen adquiere otra nacionalidad por el mero hecho de tener otra ciudadanía?
La diferencia entre ciudadanía y nacionalidad en nuestro caso debe ser conocida y entendida, sobre todo por quienes leen este espacio desde otras tierras. A algunos puertorriqueños tampoco les vendría mal enterarse. No incluyo al gobernador Fortuño porque ése ni es puertorriqueño.
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