Quiero suponer que ha sido la emoción que embarga al capellán del Hospital Auxilio Mutuo lo que lo ha llevado a decir del cardenal Aponte Martínez -- quien agoniza allí -- : «Es que el cardenal tiene una fortaleza muy fuerte». Pues, que Dios perdone al capellán por este disparate. Hombre, si lo que había que decir es que el prelado es muy fuerte, tiene una gran fortaleza, tiene un gran deseo de vivir, o algo así. Pero, lo dicho es casi un «sacrilegio» lingüístico.
Claro que tal parece que la emoción también embargó a la redactora de la noticia, cuando al final del texto, haciendo un recuento de la vida del Cardenal escribe: «En abril de 2005, viajó a Roma para preparar el cónclave en donde ganó Benedicto XVI...» Ni los más anticlericales -- entre los que me cuento -- nos referiríamos a la elección del Papa de esa manera. El Papa es electo por votación; los creyentes dirían que es elegido por Dios. Más pedestremente, es seleccionado, si se quiere, pero eso de «ganar», como si fuera un certamen, competencia o concurso, no va a tono con el proceso ni la dignidad del cargo.
Una vez más, la sensibilidad lingüística dicta el uso de una palabra más apropiada para este contexto.
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