A menos que consintamos convertirnos en un Estado policiaco -- cosa que los que no somos fascistas rechazamos vehementemente -- la función tutelar sobre los menores que delinquen tiene que tener unos límites. No es posible ni deseable asignarle un policía y un trabajador social a cada familia, para velar por que críen bien a sus hijos y que éstos se porten bien. El asistencialismo no puede ser de por vida. Cada cual tiene que hacer por sí y asumir las consecuencias de sus actos. No puede haber una supervisión indefinida de la conducta de unos jóvenes transgresores, luego de cumplida la medida dispositiva impuesta por el tribunal por su delito, digámoslo claramente, pues eso de «falta» es un eufemismo tonto, como si se tratara de una falta de ortografía.
Debemos dejar de culpar al Estado o a la sociedad por el descarrío de la juventud. El mundo nunca ha sido perfecto, y pretender que haya condiciones idóneas para que los jóvenes se porten como personas decentes es absurdo. Son muchos los menores que crecen en condiciones muy adversas, y no se dedican al crimen. No hay determinismo biológico ni ambiental en este contexto. Tampoco hay tiempo ni dinero para pasarle la mano indefinidamente a todo el que tenga algún problema familiar o de otra índole que incida en su desarrollo personal. Está bien que el Estado provea unas ayudas o servicios, para ver si la gente se arregla, pero, luego hay que aplicar las sanciones que correspondan.
Los que escogen la vida fácil se creen más listos que los demás, y pretenden manipular su sentido de compasión. ¡Se acabó el lloriqueo!
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