Que los ladrones boricuas no respeten «la paz de los sepulcros» no debe sorprendernos; la osadía de nuestros delincuentes no tiene límites. De ahí que unos «vivos» se estén dedicando al hurto de los floreros de bronce en un cementerio de Ponce. Al igual que el cobre, el bronce se cotiza muy bien en el mercado y, como los muertos no hablan, esos cacos se aprovechan.
Lo que llama la atención es que sus familiares tampoco hablen. De manera que estas apropiaciones ilegales -- que uno supone ocurren en la oscuridad de la noche -- pasan a formar parte de lo que se conoce en criminología como la «cifra oscura de la criminalidad», es decir, los delitos que no se informan. Quizá, desconfiando de la capacidad de la Policía para esclarecer los delitos, confían en alguna maldición de ultratumba -- como la de los faraones a quienes violaran sus tumbas -- para que se haga justicia.
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