El Tribunal Supremo del Reino Unido ha decidido que, habida cuenta de la separación entre Iglesia y Estado, no es propio realizar las invocaciones religiosas al comienzo de las reuniones de los concejos municipales, ni siquiera incluirlas como asunto en la agenda ni en las actas. La realidad es que esta costumbre está bastante --demasiado, diría yo -- extendida, y no hay reunión o reunioncita sin una invocación. Creencias aparte, me parece que este asunto se ha relajado; creo que, en todo caso, debería dejarse para actos de alguna importancia o solemnidad, no para cualquier «bautizo de muñeca».
Lo cierto es que nada impide que los creyentes oren o recen todo lo que quieran antes y después de las reuniones. Lo que no deben -- y ahora no pueden en territorio británico -- es someter a los demás a un acto que, por piadoso que sea, surge de un convencimiento que no todos comparten. ¿O acaso la única libertad de conciencia que cuenta es la suya? (Nada digo de algunas invocaciones tan largas y malas que son dignas de la condenación eterna.)
En fin, en las reuniones y otros asuntos del César no se debe mezclar de manera ostensible la fe; para las cosas de Dios hay lugares de culto -- que no escasean -- y la casa de cada cual.
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