domingo, 17 de octubre de 2010

Para llenar el expediente

Mi padre solía decir: «Ser pobre es una desgracia» y añadía: «El pobre no vale na'». Tenía y tiene razón, no porque la condición de pobreza desmerezca intrínsecamente a la persona, sino por el desvalimiento que supone y el descarte de sus aspiraciones, derechos y necesidades, por parte de gobiernos y clases dominantes. Actualmente, se dan en nuestro país dos situaciones que ponen de manifiesto esta verdad amarga. Una es la defensa de comunidades pobres de su permanencia en las localidades que han ocupado, algunas veces, durante muchas décadas, ante el ánimo de lucro de constructores y desarrolladores en contubernio con gobiernos municpales y el gobierno central. La otra es la oposición al proyecto del gasoducto, por temores fundados a los riesgos de tener esa vía tan cerca de sus casas. En ambos casos, se celebran audiencias públicas para cumplir con «el derecho a ser oído», que no ha de pasar de ser «el derecho al pataleo», pues esas decisiones están tomadas y no hay lugar a su reconsideración.

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