No puede pasarse por alto el escándalo de la farmacéutica GlaxoSmithKline, que ha tenido que pagar una multa de $750 millones por haber puesto en el mercado, a sabiendas, varios medicamentos defectuosos durante cuatro años. En algunos casos, los fármacos estaban contaminados; en otros, sencillamente carecían de efectos terapéuticos. Véase que no se trata de meros descuidos, equivocaciones o errores involuntarios, sino de una conducta intencional y, por lo tanto, criminal, en abierto menosprecio de la salud de los pacientes, bien sea porque el producto les haría daño o no tendría el efecto para el cual se habría recetado.
Éste es un ejemplo de cómo los llamados delitos de «cuello blanco» en el mundo corporativo, que tan santurronamente se quiere proyectar, resultan inmensamente peligrosos, por el alcance que tienen. Claro que nos deben preocupar los delitos violentos, pero poner en el mercado medicinas que hacen daño o son inocuas es infinitamente peor, pues el número de víctimas que confiadamente las usará ha de ser mucho más grande.
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