Por supuesto que no es posible saber cuánto de verdad pueda haber en lo que se alega en defensa del joven corredor de la Bolsa de la Societé Generale, pero el asunto me recuerda una práctica algo común en los círculos de la altas finanzas...y acciones bajunas. Se trata de los despidos o retiros de empleados y ejecutivos, como formas de encubrir actos delictivos o, cuando menos, irregulares. Ello ocurre para evitar que, tanto la competencia como el público general, se enteren de la vulnerabilidad de la empresa o, peor aun, de su negligencia, al no detectar o permitir la conducta en cuestión. Entonces, aquí, paz, en la Milla de Oro, gloria, y el ejecutivo se va crying all the way to the bank a depositar su jugosa compensación por su participación en la conspiración de silencio.
Con este proceder, se mantiene el mito de la superioridad moral del sector privado, en el cual la gente camina a tres pies del piso. De acuerdo con esa fantasía, la corrupción sólo se da en el gobierno, al cual hay que "salvar" con una buena dosis de empresarismo impoluto. De ahí que miembros de ese patriciado den de su talento y tiempo en juntas de directores y de síndicos, a fin de enseñarnos el camino a la salvación eterna de la "competitividad", productividad y otras bienaventuranzas.
El tiempo dirá lo que ha pasado allá en los Campos Elíseos, pero allá como acá, la verité, toujours la verité.
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