La buena redacción admite un uso juicioso del lenguaje coloquial, es decir, informal, como el que se emplea en la conversación cotidiana. Nada objetable hay en el uso de giros y modismos del habla popular, aun en asuntos de envergadura, serios pero no solemnes. Lo coloquial de buen gusto le da cierto sazón a lo que se escribe, y transmite -- muchas veces mejor que el lenguaje formal -- un pensar y un sentir.
Hay personas muy instruidas y talentosas cuyo afán por la corrección les resta espontaneidad en el decir, resultando su prosa algo aséptica y desabrida. Confunden lo coloquial con lo vulgar, y lo rechazan innecesariamente. Desconocen el refranero o temen usarlo porque consideran que al citarlo devalúan su texto. En fin, prefieren hacer alarde de su conocimiento de las normas académicas, con el fin de aparentar ser personas finas.
¡Qué pendejos!
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