Una vez más, un jurado ha hecho una justicia «aguada» en un caso que ameritaba un veredicto por la modalidad más grave del delito. El conductor que temerariamente intentó cruzar un puente arropado por las aguas, y con ello llevó a la muerte a ocho confinados encadenados, merecía una declaración de culpabilidad más severa. Aquí no se trató de un suceso casual o imprevisto, sino de alguien que hizo caso omiso de las advertencias que se le hicieron acerca de un peligro real que también debió ser evidente para él. En este sentido, su negligencia fue crasa, y el resultado una tragedia de grandes proporciones que se pudo haber evitado fácilmente.
Toca ahora al tribunal sentenciador hacer una mayor justicia, imponiendo el máximo de la sentencia permitida y negándole el beneficio de la sentencia suspendida. No hacerlo sería aquilatar muy pobremente esas ocho vidas perdidas por causa de una terquedad absurda y criminal. Esperemos que la jueza no abuse de su discreción, haciéndose eco del «ay, bendito» del jurado.
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