La muerte del joven negro en Florida a manos del «vigilante» plantea dos cuestiones graves de ley y orden. La primera es el problema que representa cierta incorporación de la comunidad a la lucha contra el crimen. Si bien es deseable -- y, en algunos casos, imprescindible -- que la comunidad asuma una actitud más activa en la defensa de su propia seguridad, esta gestión suele atraer elementos con inclinaciones a cierto grado de control vecinal y hasta la violencia para imponerlo. La experiencia indica que en todas las comunidades -- especialmente en condominios y urbanizaciones con acceso controlado -- hay individuos con unas preocupaciones por la seguridad que rayan en la paranoia. Darles un poco de autoridad sobre su entorno exacerba esas tendencias, a veces, con resultados funestos.
Es en este sentido que la ley conocida como stand your ground es una mala idea, no porque el concepto sea errado, sino porque se presta muy fácilmente a su interpretación equivocada y peor aplicación. Quede claro que el derecho nunca ha pretendido que una persona abandone un lugar que ocupa legítimamente, ante una conducta violenta. (Aunque, hace siglos, Falstaff nos enseñara que "discretion is the better part of valour.") Mas, el derecho, rectamente entendido y aplicado, tampoco debe propiciar que la imprudencia y la temeridad lleven a desgracias que puedan evitarse. Autorizar a que se use la fuerza, incluso la letal, con base en un principio de territorialidad que parece animal es una funesta política pública.
En este caso, el victimario persiguió a la víctima porque la juzgó sospechosa, incluso desoyendo la indicación oficial del servicio 9-1-1 de que no lo hiciera. Evidentemente, en una borrachera de poder, quiso ser un héroe justiciero, pero terminó siendo un vulgar delincuente.
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