Si hacía falta alguna prueba del fascismo que se ha entronizado en nuestro país, la abusiva detención por 11 horas de la joven universitaria es la mejor. En este estado policiaco en que vivimos, bastó el capricho de un guardia privado en que la muchacha se identificara, para poner en marcha la maquinaria represiva del Estado, como si se tratara de una novela de Kafka. Al desacierto del guardia se le sumó el de la policía municipal, que debería tener mejor criterio y saber que no había base alguna para intervenir con la estudiante. En nuestro sistema, solo los motivos fundados para creer que se ha cometido, se está cometiendo o se va a cometer un delito justifican la intervención policial con un ciudadano. La joven estaba en el campus, estudiando al aire libre, luego de varias horas de haber entrado al recinto. No había base legal o reglamentaria ni motivo alguno para intervenir con ella. Se ha dicho que la joven estuvo activa en la huelga universitaria, y eso, seguramente, explica mucho de lo ocurrido, si no todo.
Mención aparte merece el desaguisado judicial en este caso. La función de los jueces es pasar juicio sobre los arrestos y las detenciones llevados a cabo por los agentes del orden público. Ni el más bisoño estudiante de Derecho hubiera convalidado el arresto vicioso de esta joven. Encontrar causa probable por «obstrucción a la justicia» y «alteración a la paz» -- socorridos fundamentos policiales para justificar sus atropellos -- es alentar esa conducta fascista de los guardias y guardianes. Es el desamparo judicial de los ciudadanos, y un claro indicio de falta de criterio jurídico y sensatez.
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