El viejo dictum de Raúl Serrano Geyls, entonces juez asociado del Tribunal Supremo de Puerto Rico: «Los jueces no deben creer lo que nadie más creería» se aplica al resto de los mortales. Por eso no podemos creer que la sentencia de seis años al cuñado del Presidente del Senado, por «conspirar para distribuir cocaína» nada tiene que ver con ese parentesco por afinidad. Seis años que ya se anticipa quedarán reducidos a 42 meses, cuando se le apliquen las bonificaciones por buena conducta. Pónganle el sello que las autoridades penitenciarias jurarán -- y, si es necesario, perjurarán -- que el cuñadito ha sido un angelito.
Según testificaron los agentes encubiertos con los que hizo las transacciones de drogas, el hombre se jactaba de ser el cuñado del Presidente del Senado. Tenía razón para hacerlo. El Ministerio Público le aceptó rebajarle el cargo de «distribución» por el de «conspiración», lo que le significó una reducción de su condena, cuyo mínimo era diez años y el máximo 30 años. No era un caso difícil de probar -- razón que aconseja una negociación -- pues las dos transacciones fueron grabadas por la Policía. Es evidente, entonces, el ánimo de favorecer al acusado, cuyo único «mérito» es ser cuñado del hombre que preside el Senado que confirma a fiscales y jueces...
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