Aunque legítima, la preocupación por la seguridad aérea -- concretamente, frente al terrorismo -- ha llegado a unos niveles que inciden significativamente en la intimidad de los pasajeros. Dos desarrollos relativamente recientes agravan la situación: el uso de scanners mucho más reveladores y el cacheo intenso. Éste último ha provocado reacciones airadas, sobre todo, cuando se ha aplicado a niñas de muy corta edad. Las autoridades han querido justificarlo, aduciendo que algunos grupos terroristas se han valido precisamente de niños para transportar explosivos. Por su parte, en Texas, el Gobernador ha impulsado una ley que prohíbe que se toque la zona anal, púbica y de los pechos, aun cubierta con ropa, como parte del cacheo. La agencia federal a cargo de la seguridad en el transporte ha amenazado con que, de ponerse en vigor, no permitirá el despegue de aviones desde el estado.
Francamente, me parece que ese toqueteo no se justifica. Con esa misma lógica, habría que desnudar a todo el mundo y explorar sus orificios corporales, para asegurarnos de que no portan algo peligroso. Este es un trauma puramente americano, pues en otros países la revisión de equipajes y personas es mucho más razonable, sin que se hayan producido desastres atribuibles a ello. El afán por la seguridad absoluta lleva a una paranoia totalitaria.
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