Gregorio Igartúa - a quien conozco desde hace muchos años - es un buenazo y, por ello, un iluso, que lleva años acudiendo a los tribunales de Estados Unidos para que le concedan el voto presidencial a los puertorriqueños sin que seamos estado de esa federación. Acaban de darle otro «cantazo» a esa pretensión irreal, que él no acaba de entender. En él ha podido más su ideal anexionista que su conocimiento del Derecho; por eso insiste en que el foro judicial resuelva jurídicamente lo que es una cuestión eminentemente política. Su tesis es que la ciudadanía americana confiere unos derechos que incluyen votar por el Presidente y, en última instancia, la estadidad. Quizá debiera ser así, pero los americanos hicieron bien claro, desde que iniciaron esta relación colonial con Puerto Rico, que no tenían la más mínima intención de incorporarnos a su unión. Quien lo dude, que lea las actas del Congreso de esos primeros años del siglo XX, para que vea, entre otras cosas, el asco y el desprecio que nos tuvieron y, aunque quizá atenuados, nos siguen teniendo.
Por eso, no hay planteamientos de Derecho que valgan. Seguiremos «perteneciendo a, pero no seremos parte de» Estados Unidos, para recordar la frase lapidaria con la que el Tribunal Supremo de Estados Unidos fijó su posición con respecto a Puerto Rico hace cerca de un siglo.
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