He dicho antes que no me gustan los animales; por lo menos no lo suficiente como para tenerlos o relacionarme mucho con ellos. Los admiro como parte de la naturaleza, pero la Antártida es una maravilla natural y yo no viviría en ella. Tampoco favorezco la crueldad contra los animales ni le tiro el carro encima a los perros realengos. (Aunque, francamente, cuando en las madrugadas se escucha el coro de ladridos en el vecindario, tiendo a reconsiderar mi postura franciscana.)
Todo esto viene a cuento por algo de lo expresado en el reciente foro "Los derechos de los animales no humanos", según reseñado en la prensa. Parece que, en el afán legítimo de proteger a los animales, surge la intención de equipararlos con los seres humanos, también miembros del reino animal. Estas ideas, importadas de otras latitudes y sensibilidades, rezuman extremismo. Llevadas a su consecuencia "lógica", a los animales no los debemos comer ni domesticarlos porque seríamos "caníbales" y "esclavistas." Y, por supuesto, con esa lógica torcida, viviremos rodeados de las "hermanas" cucarachas y ratas, a quienes, respetando su "derecho a la vida", no las podremos matar.
Definitivamente, los seres humanos somos animales. Y algunos son más animales que otros.
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