La denuncia de alegados descuidos o malos tratos a ancianos en una institución dedicada a su cuido pone de manifiesto la tragedia del desamparo y la soledad en la vejez. En el mejor de los casos, una entidad privada o pública no es un "hogar", por más que se le nombre de esa manera. La ancianidad trae consigo múltiples complicaciones que son difíciles de atender adecuadamente con recursos limitados. Si bien hay casos en que no hay opciones reales al cuido ajeno, los hay de rechazo en el hogar, por comodidad o conveniencia.
En cualquier caso, el Estado tiene que desplegar el celo de "un buen padre de familia", para asegurarse de que no se abusa del desvalimiento de la vejez. Hay que ser rigurosos en la aplicación de las leyes y los reglamentos que cobijan a los viejos, en general, y a los que están bajo el cuidado de otros, en particular. Las inspecciones y la supervisión de estas entidades no pueden ser superficiales, desde un escritorio o muy condescendientes. En muchos casos, la desidia pasa por alto señales de que las cosas no marchaban bien. Luego viene la "sorpresa", cuando ocurre algún incidente que se conoce públicamente. Hágase bien el trabajo. Los viejos no son desechables.
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