Pongo por delante que, como abogado, respeto y valoro la presunción de inocencia, pero mis dos dedos de frente y la condición de seguidor del béisbol inclinan mi ánimo hacia la culpabilidad de Barry Bonds. Hay tres strikes en su contra. Primero, que, aunque no debe haber culpa por asociación, lo cierto es que sus vínculos con lo que en San Francisco llamarían unsavory characters son demasiado estrechos. Es casi imposible creer que todos los demás sí pero él no. Segundo, que su transformación física (¡miren ese cuello, nada más!) no puede responder a un programa de ejercicio y nutrición solamente. Tercero, que su rendimiento de los últimos años es, francamente, increíble, pues supone que, al envejecer, en vez de perder capacidad y facultades para el juego - como es natural - las multiplicó bárbaramente.
Es una pena porque Bonds tenía talento suficiente para dejar una buena hoja de servicio beisbolero. Ahora, atrapado fuera de base, optó por tratar de esquivar el out y lo que ha hecho es prolongar la persecución en esta novena entrada de su carrera. Al final, perdió en el único juego que cuenta: el de la vida.
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