Barack Obama continúa siendo una decepción en muchos sentidos. Su promesa de "hope and change" no se ha materializado con respecto a cuestiones medulares de derechos civiles y humanos. El otrora profesor de Derecho Constitucional se ha colgado en la reválida de la vida. Ahora, como la gran cosa, ante unos problemas en la ejecución de una ejecución, le pide a su Attorney General que estudie ciertos aspectos de la pena de muerte en Estados Unidos.
¡Hombre, si no hay nada que estudiar! Lo que hay es que abolirla, para no seguir siendo uno de los pocos países en el mundo que la aplica -- el año pasado ejecutaron 39 reos -- mientras se jacta de un supuesto liderazgo jurídico y moral en todo el mundo. El problema fundamental no es su aplicación desproporcionada a negros, latinos y otras minorías étnicas, sino la existencia misma de un castigo que su Tribunal Supremo ha rechazado catalogar de «cruel e inusitado». Avalada de esa manera la barbarie, los detalles de su aplicación pasan a segundo plano.
Obama le debe hablar claramente a su país sobre lo inaceptable que resulta la pena de muerte. Pero, él no parece convencido de ello, por lo que no hay esperanza de cambio en el hombre que mantiene abierta esa otra barbarie del centro de detención de Guantánamo.
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