La preponderancia islamista y de otras creencias religiosas en el mundo árabe y de otras etnias sigue produciendo resultados francamente bárbaros, aun dentro del ámbito del Derecho. La aplicación amplia y en extremo rigurosa de, por ejemplo, la blasfemia como delito penado con la muerte o la cadena perpetua es la consecuencia de un Estado subordinado a la religión con unas creencias que no distinguen el «pecado» del delito. Si bien existe la creencia de «no tomar el nombre de Dios en vano» en el cristianismo, hacerlo no apareja una sanción penal, mucho menos una tan draconiana.
Ante la blasfemia, los creyentes en Alá y Mahoma deberían confiar en el «Juicio Final», y reservar el terrenal para daños al prójimo más tangibles.
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