Hace unos días en Estados Unidos se produjo otro de esos accidentes fatales que, con alguna frecuencia, se registran en los parques de diversión con «montañas rusas» y máquinas similares. El asunto pone sobre el tapete el tema de la seguridad de estos aparatos «inherentemente peligrosos», habida cuenta de la forma en que funcionan y la velocidad a la que lo hacen. Lo sorprendente es la débil o poca reglamentación a la que están sometidos estos establecimientos en este respecto. Se trata de un sector comercial que, principalmente, se regula a sí mismo, y ya se sabe lo que eso significa. Someter la seguridad pública al cumplimiento voluntario con condiciones o especificaciones desarrolladas por la propia industria o sector económico es siempre una mala idea.
Ha habido un reclamo para que se apruebe una legislación nacional estricta sobre este asunto, pero los dueños de los parques han ejercido sus «malos oficios» para que ello no ocurra, alegando que es al nivel estatal donde se deben establecer los controles.
Y donde ellos, con su considerable poder económico, pueden evitar que se les regule rigurosamente.
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