En estos días en que, por condiciones climatológicas extremas, se producen cancelaciones y retrasos significativos en el tránsito aéreo, se ponen sobre el tapete los derechos de los pasajeros y los deberes de las líneas aéreas. Lo cierto es que desde que, por obra y gracia de Ronald Reagan, se liberalizó en extremo la reglamentación del sector de las aerolíneas americanas los pasajeros han quedado muy desprotegidos ante los desmanes de los transportistas. De ahí la forma abusiva en que aumentan los precios de todo, y a la vez limitan las comodidades y los servicios que ofrecen.
Se entiende que no se impongan sanciones por inconvenientes causados por eventos de la naturaleza. Lo que no se entiende es que impunemente, en un vuelo doméstico, se puedan tener pasajeros dentro de un avión tres horas sin despegar y cuatro horas en esa misma situación en un vuelo internacional. Imagínese el lector lo que eso significa en un vuelo trasatlántico de ocho horas.
Otro lapso que resulta irrazonable--esta vez por corto-- es el de cancelación sin penalidad por parte del pasajero. Pasadas las 24 horas de haberse comprado el boleto, se cobran $150, suma que luce desproporcionada al «daño» que sufre la línea aérea.
En fin, hay una clara disparidad entre las empresas y los individuos en este sector del sistema capitalista, con el beneplácito y la protección de la ley.
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