Alguien ha dicho que el término military justice es un oxímoron, es decir, una contradicción en sus propios términos. La más reciente decisión de las autoridades militares de Estados Unidos relacionadas con la responsabilidad de uno de sus soldados por la muerte de civiles iraquíes es muestra fehaciente de ello. Le han impuesto cinco meses de reclusión al soldado que, para encubrir la muerte ilegal de dos iraquíes, colocó el cable de un detonador cerca de uno de los cadáveres, con el fin de que se presumiera que eran insurgentes. El joven dice sentirse muy agradecido de poder continuar en el ejército, a pesar de que lo degradaron y le quitaron la paga. ¡No faltaba más, si salió de oro!
Este ejemplo - uno de muchos - pone de manifiesto la renuencia de los americanos a condenar severamente a uno de los suyos, cuando comete algún delito contra un extranjero. Filipinas, Japón y Vieques, por sólo mencionar tres lugares, han sido testigos de una conducta reiterada que parte del convencimiento íntimo de que los demás no son gente. Dicho de otra manera: ¿qué importa un cadáver más - o dos - si son iraquíes?
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