Lo ha dicho un anexionista de credenciales inexpugnables; jurista, por añadidura: Estados Unidos se ha pasado la vida violando su propia Constitución. El, que vive feliz en las entrañas del monstruo, lo sabe mejor que otros. De manera que, cuando los americanos pretenden darle cátedra al mundo sobre la praxis democrática y libertaria, incurren en un monumental ejercicio de hipocresía. Sencillamente, no practican lo que predican.
En lo que se equivoca Torruella es en limitar los desmanes constitucionales norteamericanos a los tiempos de crisis. Lo cierto es que, bien conocida, la historia de Estados Unidos es poco admirable. No ha sido solamente en épocas de guerra u otras emergencias nacionales, cuando esa Constitución se ha hecho sal y agua, sino que, consuetudinariamente, el sistema no ha estado a la altura de su retórica. Tampoco olvidemos que esa Constitución le dio su visto bueno a la esclavitud, condición que subsistió 76 años después de su aprobación. Así que no nos engañemos con los llamados a la acción cívica para salvar esa Constitución. Hoy día, la Patriot Act pesa más que todo lo que escribieron Madison y compañía.
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