La pretensión de Bush de que le extiendan la autoridad para continuar interceptando llamadas telefónicas y mensajes de correo electrónico me recuerda los tiempos de las facultades omnímodas bajo el régimen español. ¡Tanto criticar el absolutismo español de aquella época y los despotismos del siglo XX, para ahora tenernos que tragar este fascismo! Los americanos, tan dados a condenar estos métodos, cuando los usan los demás, les han echado mano con gusto y ganas, con la socorrida excusa de combatir el terrorismo. Como se dijo hace tiempo, muy sabiamente, cuando uno utiliza las tácticas del enemigo, uno es el enemigo.
Estas cosas no deberían importarnos mucho, pero el alcance extraterritorial de las decisiones del Tío Sam nos afecta a todos. Según la legislación cuya extensión se busca, la interceptación se hace a llamadas y mensajes a personas fuera de Estados Unidos, como si eso lo hiciera menos malo. Claro, como si alguien se fuera a creer que no espían las llamadas o mensajes domésticos o que, en última instancia, van a dejar de hacerlo, si no hay una ley que lo autorice. Ya decía mi abuela: Habla hoy, y muérete mañana.
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