Todavía es muy temprano para emitir un juicio definitivo de la culpabilidad, y su grado, del joven policía que, a todas luces, le disparó al también joven que yacía indefenso en el suelo. Por lo que se ha insinuado, todo parece indicar que se asoma una defensa de falta de intención, arguyendo que se trata de un acto «accidental», pues de esa manera se saca del ámbito del asesinato. La Fiscalía, por su parte, alega tener prueba de la intención.
En el mejor de los casos para el imputado, podría configurarse un homicidio negligente, por cuya condena la sentencia oscilaría entre 8 y 15 años de reclusión. Si es cierto que el policía novato - con sólo ocho meses en la fuerza - corría con el dedo puesto en el gatillo de una pistola automática y un resbalón fue lo que provocó el disparo fatal, y otros nueve, ello no lo disculpa. Precisamente porque están armados, los policías en todas partes del mundo tienen que tomar las providencias necesarias para evitar tirotear sin querer. Tampoco es excusa que se trate de un policía bisoño que se puso nervioso en una situación peligrosa, pues ésa es la esencia de su función. Lo menos que se debe hacer, independientemente de la sanción penal que corresponda, es sacarlo de la fuerza policiaca, para evitar que vuelva a «resbalar», en más de un sentido.
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