Las fuerzas del orden público en Puerto Rico parecen haber adoptado un modus operandi de avasallamiento e intimidación en sus intervenciones con los ciudadanos. El número de efectivos «armados hasta los dientes» que se movilizan cada vez que van a realizar cualquier operación y la agresividad que despliegan son dignos de un estado policiaco. Tanto que nos preciamos oficialmente de ser un país democrático y libre, y hemos caído en un totalitarismo todavía light pero crecientemente férreo.
Uno se pregunta si era necesario la toma por asalto, con armas largas, de esos negocios de clientela homosexual, si el propósito anunciado era la verificación de sus permisos y la posible confiscación de algún material ilegalmente poseído. Si bien siempre existe la posibilidad de que la gente se amotine o se resista al arresto, la práctica de presentar toda esa fuerza policiaca manifiestamente hostil en todo momento en nuestras calles nos pone en una especie de «estado de sitio» permanente, temerosos de quienes se supone que nos protejan.
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