Ya sabemos cuánto valía la vida de Eduardo Méndez Muñoz: tres años, de acuerdo con el juez que sentenció a su homicida. Para colmo, la sentencia - ridícula y ofensivamente corta, aun de reclusión - se ha de cumplir en probatoria. Con el socorrido fundamento de que el informe del oficial probatorio fue positivo, el juez ha abusado de su discreción dejando al homicida suelto. Ha bastado con que éste se haya mostrado «arrepentido», de haber decapitado a su víctima y huido de la escena del «accidente», para que se haya convertido en una víctima digna de pena. Hombre, si lo que falta es que le den una medalla.
Ahora, la moda es que los familiares de las víctimas de accidentes automovilísticos fatales se muestran conformes con las rebajas de delitos y otros acuerdos para que no se cumpla cárcel, porque «no soportan» continuar con el proceso. Mientras tanto, la muerte de su «ser querido» queda prácticamente impune.
Ni el homicida, ni el juez ni los familiares de la víctima deberían poder dormir en lo que les quede de vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario