Aunque no lo comparto, puedo entender - con cierto grado de dificultad - el apego de la gente a sus perros. Lo que no puedo entender es por qué alguien se empeña en mantener consigo a aquéllos de demostrada peligrosidad, en abierto menosprecio de la seguridad propia, pero, sobre todo, ajena. En una sociedad civilizada y racional, no se puede permitir que unas cuantas personas pongan en peligro la seguridad de los demás para satisfacer su necesidad de sentirse acompañadas. Una persona que tiene cinco pitbulls, evidentemente, está descalificada de ser tomada en cuenta en este asunto o en cualquier otro.
El hecho de que haya alrededor de 45,000 en un país de la población y del tamaño del nuestro es una muestra del problema de salud mental que nos aqueja. Que haya una asociación de dueños de esos perros también. En efecto, los dueños de esos perros han retado al Estado, al no inscribirlos en el registro dispuesto por ley. Es decir, han puesto su criterio personal por encima de la ley. Para ellos, su perro vale más que la vida y la integridad física de los demás, sobre todo de los niños, quienes suelen ser las víctimas de la ferocidad de esas bestias.
Como se sabe, la responsabilidad civil y la penal surgen de la previsibilidad del daño causado. Los dueños de éstos y otros animales similares están avisados, pues la experiencia es amplia. Lejos de derogar la ley, yo sacrificaría a los animales y metería presos a los dueños.
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