lunes, 6 de agosto de 2007

No vale la pena

La lucha que sigue dando Puerto Rico para que el gobierno de Estados Unidos no aplique la pena de muerte en el ámbito de su jurisdicción penal en nuestro país es uno de los reconocimientos más claros y dolorosos de la subordinación política que padecemos. De nada vale la proscripción constitucional puertorriqueña de la pena capital, ante la prepotencia imperial. Como tantas otras veces en su historia colonial, Puerto Rico queda reducido a desempeñar un papel pedigüeño.

La discusión acerca de la pena de muerte saca a flote el ánimo vengativo que subyace a toda comunidad humana, así como el convencimiento irreflexivo de muchos sobre el efecto disuasivo del castigo terminal en las intenciones criminosas de los delincuentes. Esa convicción está tan arraigada en la creencia popular, que los voluminosos estudios que prueban lo contrario en todo el mundo no le hacen mella. Algunos hasta llegan a decir que, independientemente del efecto general en la criminalidad, "por lo menos, éste no delinque más."

La sed de venganza siempre estará presente en el alma humana. Arrancarla es un ejercicio espiritual muy difícil e íntimo. En el orden práctico, hay que insistir en la frecuencia con que se condena a un inocente, aun con pruebas que se nos presentan como clarísimas. El riesgo de cometer una injusticia irreparable nos debe convencer de que, en este caso, no vale la pena.

1 comentario:

Jaime Riera Seivane dijo...

Definitivamente, el título al comentario le va como anillo al dedo.

La pena de muerte no resuelve absolutamente nada. Desde el punto más simplista, el criminal a quien le quitan o le vayan a quitar la vida no produce el resultado idóneo para la sociedad. No sirve de escarmiento ni educa a otros criminales.

La historia nos ha mostrado que la persona con problemas de adaptabilidad social o con la intención de delinquir no cesará en su intención de asesinar, cueste lo que cueste.

La pena de muerte, para mí, es un retroceso del ser humano. Aquellos países, estados o gobernantes que crean que con la pena de muerte constituye un consuelo o respiro positivo de los familiares de la víctima, siguen encerrados en la caverna de Platón.

Como de costumbre, atinas en el blanco.