Pongo por delante que no soy amante de los animales; por lo menos, no como para tenerlos en mi casa ni muy cerca. Pero, a la vez, no les hago daño ni les deseo mal, y reconozco, por supuesto, el derecho de tenerlos y la necesidad de atender los que no tienen dueño. El problema es que hay demasiados gatos y perros realengos, y atenderlos adecuadamente consume recursos valiosos que podrían destinarse a otros miembros del reino animal...como los deambulantes y los niños abandonados y maltratados.
El caso de Guayama que reseña la prensa plantea también un inconveniente de consideración: la ubicación de estos albergues. En una isla pequeñísima como la nuestra, ubicar albergues para, por ejemplo, 400 perros supone unas dificultades para la población circundante, en términos de malos olores y ruidos. Por otro lado, gastar $200,000 en este cuido de animales, llora ante los ojos de Dios, cuando hay tantas otras necesidades. Los amantes de los animales, frecuentemente, se preocupan más por el bienestar de esas criaturas que por el de los seres humanos que los rodean. Y eso está mal. En la escala de valores humanos, un animal no puede estar por encima de un ser humano. Si la solución es sacrificar unos animales, que así sea.
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