Los puertorriqueños y el resto de los latinos en general hemos permitido que los americanos, con su arrolladora maquinaria publicitaria, nos cambien hasta el nombre, sobre todo en el mundo del deporte y del espectáculo. Así, Iván Rodríguez se convierte en Pudge, Santitos Alomar en Sandy y Jennifer López es JLo. Tiempo atrás, un conocido comentarista deportivo insistía en decirle Tony a Tany Pérez, y cuando alguien se lo cuestionó, lo justificó, diciendo que así era que le llamaban al pelotero en Estados Unidos. De manera que él, que como latino sabía que lo de Tany es porque el hombre se llama Atanasio, subordinaba su conocimiento al desconocimiento del americano.
Esa subordinación es parte de una mentalidad - colonial, en nuestro caso y neocolonial en otros - que busca acomodar las cosas al entendimiento y el gusto del americano, para congraciarse con éste, aunque ello suponga anglicar o deformar el nombre con el que se nos bautizó. Es la misma mentalidad que lleva a muchos a colocar un guión entre sus dos apellidos, nuevamente, para que el americano entienda. Lo peor de todo es que la práctica ha llegado al punto en que se hace, aun en contextos puramente hispanos o latinos, en los que no hace falta esa pleitesía con los norteños. ¡Afirmemos nuestra hispanidad, lengua y nacionalidad, respetando el nombre con el que hemos sido bautizados o inscritos!
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