Mucho se ha dicho del desempeño nefasto de Alberto Gonzales como Attorney General de Estados Unidos. Me parece, sin embargo, que algo que debe destacarse como factor propiciatorio de toda su maldad es lo que podría llamarse "el síndrome del inmigrante agradecido." Se trata de una condición en la que el sujeto siente que tiene que probar su lealtad absoluta a la nación que lo ha acogido y servirle incondicionalmente, por una gratitud que no tiene límites. Esos individuos, cuyas facciones y nombres delatan su extranjería, terminan siendo más americanos que los americanos, en el peor de los sentidos.
Hay un patrón en el gobierno norteamericano de nombrarlos a puestos de gran responsabilidad. Baste con recordar a Kissinger, alemán; Albright, checa; Brezinski, polaco. Todos de la ultraderecha, para evitar sospechas de alguna simpatía o vínculo nazi o comunista. Así que Gonzales se instala, por derecho propio, en esa galería de la infamia. Con sus actos, demostró que, pese a su nombre y su aspecto, es el Clarence Thomas de los hispanos. Al igual que los mencionados y muchos otros en circunstancias similares, Gonzales está dispuesto a cualquier bajeza, con tal de que el gobierno permanente de los WASP le dé carta de ciudadanía.
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