Los asuntos de educación -- creo que era mejor cuando se hablaba de instrucción pública -- con frecuencia terminan en los tribunales. Aquí hace años se litiga el trato a los llamados «estudiantes de educación especial». También se cuestionan otros aspectos del quehacer educativo, como las pruebas de aprovechamiento o aptitud estudiantil.
En el estado de Nueva York llevan 20 años litigando el uso de unas pruebas para medir la competencia de los maestros, con miras a certificarlos como aptos para enseñar. En el pasado, algunas de estas pruebas han sido juzgadas discriminatorias contra los maestros negros, latinos o asiáticos, por estar diseñadas desde un punto de vista predominantemente «blanco».
En la decisión más reciente, sin embargo, se sostuvo la validez de una prueba que pretende medir la capacidad magisterial relacionada con las artes del lenguaje, es decir, leer y escribir bien e inteligentemente, además de interpretar un texto adecuadamente. Sucede que en esta prueba esos grupos minoritarios no salen muy bien, y ellos se lo achacan a que la prueba es tendenciosa en su contra. Esta vez, el tribunal no les dio la razón.
A riesgo de que se me juzgue elitista y prejuiciado, no me extraña. Los maestros son parte de una comunidad en la que cada vez se habla y se escribe peor, muchas veces como una gracia, como es el caso de lo que llaman ebonics en Estados Unidos, una forma distorsionada del inglés entre los negros. Ello, junto al deterioro general de la educación, y a un relajamiento de las normas gramaticales y lingüísticas, llevan a que los maestros cada día sepan menos y sean peores ejemplos en el salón de clases.
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