Como era de esperar, un tribunal inglés ha validado la detención aeroportuaria en agosto pasado del compañero sentimental del periodista Glenn Greenwald -- colaborador de Edward Snowden en el destape del espionaje americano -- para quitarle unos documentos comprometedores. Al igual que los otros países que en la posguerra se conocieron como los «Grandes Poderes», Inglaterra no ha perdido los resabios imperialistas, en nombre de los cuales escoge lo que quiere acatar del derecho internacional. Cuando cualquier otro país -- que no sea Estados Unidos o Francia, porque a Rusia no se le reconoce ese derecho -- interviene con la prensa, se pone el grito en el cielo. Pero, los ingleses, con la socorrida excusa de la «seguridad nacional» le hacen comparsa a los americanos en su prepotente violación de constituciones y convenios de derechos humanos.
Y sus jueces, con peluquines empolvados, tan cobardes como los de este lado del Atlántico, se pliegan a las pretensiones imperiales del Gobierno de Su Majestad.
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