La relación colonial entre Estados Unidos y Puerto Rico, que probablemente le parece bien a muchos de los integristas religiosos que hoy vociferan en la Asamblea Legislativa contra la igualdad de los homosexuales y compañía, acabará por endilgarles el matrimonio homosexual a la trágala. No está lejos el día en que el Tribunal Supremo de Estados Unidos le dé carta de ciudadanía a esa relación. La oleada internacional a esos efectos es demasiado fuerte, y ya se ha hecho sentir en los cambios legislativos en los estados que componen la Unión Americana. Todo lo que falta es que una mayoría de ese foro decida que se trata de un derecho fundamental de un ser humano, y la lógica constitucional llevará inexorablemente a la aprobación del matrimonio homosexual, con vigencia allá y acá.
Y es que tiene que ser así. Porque, ¿qué puede ser más fundamental que el derecho de una persona a casarse con la persona que ama? ¿Cómo puede hablarse del derecho constitucional a la intimidad, si no se respeta el derecho de escoger con quién se tiene la mayor de las intimidades?
Entonces, el día que se pronuncie ese dictamen, a los «fundamentalistas» de aquí solo les quedará el recurso de ir al Tribunal Celestial.
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