Dejando a un lado lo trágico del caso, como una cuestión de Derecho, resulta insólito que se considere «homicidio» la muerte de James Brady 33 años después de haber sido baleado por John Hinckley en su atentado contra Ronald Reagan. Aun aceptando que aquel balazo en la cabeza tuvo unos efectos terribles, luce extremadamente especulativo que se pueda establecer más allá de duda razonable que una muerte tan lejana en el tiempo se deba a aquel hecho delictivo. El hombre ha muerto a los 73 años; son demasiadas las posibles causas interventoras durante esos 33 años, como para poder establecer ese nexo causal.
La pena por la tragedia de Brady no debe justificar un resultado de esta clase. Hinckley ya ha cumplido una larga condena, y no parece que vaya a salir en el futuro previsible. Quizá nunca lo haga. El mejor desagravio a Brady sería una verdadera reforma de las leyes de armas en Estados Unidos, por la que luchó tanto.
Pero, como dicen allá: "It's not gonna happen."
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