Pues, si alguien debe hacer alegación de culpabilidad, sin muchos miramientos, son los curas pederastas, como el que acaba de confesar su pecado públicamente. Y no es que a los padres no les cobijen todos los derechos de los demás hijos de Dios, pero, si se saben culpables, no deben recurrir a componendas, negociaciones ni tecnicismos para eludir o atenuar su culpa. Deben hacer lo que ellos conminan a sus fieles: doblar rodilla, pedir perdón y «cumplir la penitencia».
Por otro lado, no se debe seguir diciendo que la Iglesia no tolera la pederastia. ¡Será ahora!, porque el abultadísimo expediente revela otra cosa: la ocultaron hasta más no poder. (Igualito que el Poder Judicial en Puerto Rico con toda su podredumbre.) Lo que ocurre es que, en ninguno de los dos casos, ya es posible el disimulo y el encubrimiento. De hecho, la Judicatura se debió ver en el espejo de la Iglesia Católica, para saber que, tarde o temprano, se abriría la «caja de Pandora», y que ya no hay forma de cerrarla.
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