El afán legítimo de acabar con el discrimen en todas sus formas lleva a una sensibilidad extrema, que ve todo a través de ese prisma, con resultados absurdos. Ese parece ser el caso de una profesora universitaria de New Jersey imputada de discrimen contra un joven gago a quien le hizo señalamientos sobre su participación oral en clase que han sido tomados como motivados por discrimen contra las personas con impedimentos, y no, como ella alega, para evitar un retraso irrazonable en el tiempo lectivo. Aunque hay algunas discrepancias entre las versiones de alumno y profesora, ciertamente, se trata de un asunto que no amerita ser tratado como un caso de discrimen. Si bien ella admite que pudo haber manejado la situación mejor, lo dicho y hecho por ella, para limitar las intervenciones del joven parecen tener un fin práctico y en consideración de los demás alumnos y el desarrollo normal de una clase.
Si bien las personas con impedimentos tienen derecho a participar plenamente en la vida colectiva, deben también ser prudentes, para no convertirse en una carga onerosa, exigiendo una igualdad de derechos y oportunidades que no se sostiene porque no hay igualdad de condiciones que lo hagan posible. En este caso, un gago locuaz resultaba una interrupción irrazonable y un martirio para profesora y condiscípulos.
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