En columna periodística, la Directora Administrativa de los Tribunales nos ha recitado el «catecismo» judicial, según el cual los jueces están «limpios de polvo y paja» de los errores del sistema de justicia y, además, son los «justos que pagan por los pecadores». Aunque lo que ella plantea es cierto en lo procesal, es decir, que el juez recibe la prueba que las partes le someten, la juez Vélez Colón «arrima la brasa a su sardina» demasiado, en su afán exculpatorio de la clase a la que ella pertenece. Hace más de un siglo que the sporting theory of justice -según la cual el juez es un mero árbitro pasivo que «canta las jugadas» - está desacreditada, y ha sido explícitamente rechazada por nuestro Tribunal Supremo. El juez tiene el deber legal y moral de impedir el fracaso de la justicia. La actitud de que «el caso le pertenece a las partes» o de que éste es un sistema de «derecho rogado» ha sido superada por un mayor activismo judicial.
Si los jueces son tan incomprendidos, como ella alega, y sufren en silencio, lo que tienen que hacer es explicar sus decisiones en lo penal, pues en lo civil siempre ha sido así. Lo que pasa es que hay dudas que son irrazonables, y no se pueden ni se quieren explicar. Hay cosas que ellos creen cuando nadie más las creería. La juez Vélez Colón, aunque reconoce el derecho que hay a opinar sobre los dictámenes judiciales, lo despacha aduciendo, prácticamente, que esas opiniones no tienen valor alguno, pues sólo el juez tiene acceso a la verdad. Se olvida que, como los juicios son públicos, aun un lego inteligente y bien informado - no digamos los abogados - puede darse cuenta de un abuso de discreción, un ánimo prevenido, un atropello o de la «pasión , prejuicio y parcialidad» por parte de un magistrado.
No es con mentalidad de cofradía o bunker que hay que defender a la judicatura. Es reconociendo los errores y las faltas de esta empresa humana, y teniendo la voluntad de corregirlas. La fe en la justicia es imprescindible, pero no puede pedirse que sea una fe ciega, sino una ganada por el buen desempeño y la pulcritud de, en este caso, la judicatura. No basta con recurrir a reclamos de un «cuerpo místico» inexpugnable. Ese catecismo es cosa de niños.
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