El hurto de plátanos y de otros frutos menores a gran escala ya ha tenido consecuencias trágicas, y parece que va de mal a peor. Yo estaba ajeno a que nuestros campos se hubieran convertido en «territorio apache» para esos forajidos de sembradíos. Pero, el secuestro, la tortura y el asesinato de un imputado ladrón de plátanos ha destapado la olla podrida de la delincuencia rural. La ruralía borincana amenaza con convertirse en escenario de un «plátano western».
Un conocedor del tema ha dado su dictamen: la ley penal y los tribunales son muy «blandos»; algo así como el mangú dominicano, cuando lo que hace falta es un castigo con la consistencia de los tostones boricuas. Para que se pueda acusar a estos pillos de los platanares por delito grave, el monto de lo hurtado tiene que ser de $500 en adelante. ¡Pues, hombre, lo que hay que hacer es subirle el precio a los plátanos, que ya están bastante caros! Después de todo, debe ser un crimen de lesa patria atentar contra el primer eslabón en la cadena de un buen mofongo...
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