El apreciado colega Roberto Aponte Toro nos ha comunicado su apreciación de la controversia acerca del Colegio de Abogados. Coincido con mucho de lo que dice, pero discrepo de parte de su parecer. No creo que sea atinado decir que la defensa de la institución sea una cuestión «emocional.» Los que valoramos el Colegio lo hacemos, principalísimamente, porque le reconocemos una importancia histórica en la defensa de los mejores intereses del país y como foro libérrimo para la discusión pública. Por supuesto que hay emotividad en la defensa, pero nada malo hay en asumir posturas con la pasión hija del compromiso y el convencimiento.
Por otro lado, me sorprende su crítica, algo velada, a decisiones tales como invitar a algunos oradores a las asambleas anuales porque no representan el sentir de algunos sectores de la matrícula. Pues, a menos que celebremos una consulta para ello, no veo cómo pueda hacerse eso. Supongo que habrá habido colegiados en contra de que se le dé foro a Rubén Blades, Felipe González o Desmond Tutu, pero, ¿acaso no es la discrepancia la esencia del derecho a la libre expresión? ¿Debo yo, como colegiado, tener la expectativa razonable de que la institución siempre refleje mi sentir sobre todos los asuntos? Yo, ciertamente, no lo creo así, no me molesta que haya expresiones institucionales con las que yo no esté de acuerdo, y ello no afecta mi respaldo al Colegio.
Estoy seguro de que en la Escuela de Derecho de la UPR hay cosas con las cuales hay gente que está en desacuerdo, pero ello no le resta valor a la institución.
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