Sin dudas, las ciencias forenses son un recurso indispensable para establecer la autoría de unos hechos delictivos y, en algunos casos, de la culpabilidad. Pero, no son infalibles, y pueden ser manipuladas para arrojar o producir resultados erróneos o tendenciosos.
Es lo que se acaba de descubrir en Estados Unidos, donde el mítico FBI ha tenido que admitir que durante los últimos 40 años las pruebas de cabello en probablemente miles de casos fueron alteradas o exageradas para identificar a acusados -- muchos de ellos en casos de pena de muerte -- como autores de dichos delitos. Algunos de esos convictos fueron ejecutados con esa prueba falsa o falseada. Otros han pasado gran parte de sus vidas tras las rejas injustamente.
La gravedad de esa práctica es monumental, tanto como el imponente edificio que alberga esa agencia que la propaganda americana nos ha presentado como la non plus ultra en investigación criminal y honradez institucional. Claro, que hace rato que los puertorriqueños tenemos más que motivos fundados para saber que el FBI no es nada de eso, sino una agencia represiva con una clara agenda política, al servicio del poder imperial.
Ahora, con la revelación de esos manejos en la investigación criminal de delitos tan serios, se confirma ese lado oscuro en otra de sus vertientes institucionales.
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