He aquí otro ejemplo de cómo los americanos redefinen las palabras a su antojo. Terminando la Guerra Hispanoamericana de 1898, John Hay, Embajador de Estados Unidos en Gran Bretaña, quien pronto sería ascendido a Secretario de Estado, afirmó de manera muy oronda que había sido «una pequeña y espléndida guerra» (a splendid little war). Pequeña sí, por lo breve -- duró diez semanas -- pero nada de espléndida, pues ninguna guerra lo es. Un conflicto bélico no es «magnífico o excelente», excepto para un espíritu belicista e imperialista como el de Hay y su caterva expansionista. La guerra del 98 fue un acto de agresión viciosa contra un adversario manifiestamente inferior en las armas, con el único propósito de despojarlo de sus posesiones para tomarlas como botín.
Ningún uso de un lenguaje de exaltación puede disfrazar semejante tropelía.
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