miércoles, 23 de abril de 2014

De doctrina, nada

Con ese afán típicamente americano de rebautizar las cosas a su conveniencia, hace mucho tiempo tomaron la palabra doctrina para darle un aire de respetabilidad a sus designios imperialistas. Para 1850, el presidente Monroe declaró que este lado del mundo le estaba vedado a las potencias europeas, como una forma de asegurar la recién ganada independencia de las excolonias españolas, principalmente.

Esa fue la versión oficialista, pero la verdad histórica es que se trataba de un pronunciamiento del incipiente imperialismo de Estados Unidos, que ya consideraba a América Latina como su «traspatio». Más o menos un siglo después de la Doctrina Monroe, surgió la Doctrina Truman contra el comunismo en Europa, supuestamente, pero parte del plan hegemónico americano.

Una doctrina no es una creencia u opinión cualquiera, sino supone un pensamiento amplio, bien articulado, coherente e interrelacionado acerca de una materia. La expresión unilateral de hegemonía y designios imperialistas no constituye una doctrina. El empleo de este término tiene el único propósito de encubrir la naturaleza verdadera del pronunciamiento político.

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