Nuestra gente -- sea por consanguinidad o por afinidad, dicho esto último en todos sus sentidos -- tiene serios problemas para expresarse correctamente, aun acerca de las cosas más sencillas. Hoy se cita a Jaime Espinal, medallista de plata en lucha olímpica, diciendo lo siguiente sobre sentirse dominicano y puertorriqueño simultáneamente: «Lo que más me gusta de ser dominicano es la sangre de alegría. Lo que más me gusta de ser puertorriqueño es...la oportunidad de ser puertorriqueño». Evidentemente, el muchacho debe poner en mejorar su expresión algo del empeño en convertirse en luchador.
Resulta penoso que este joven no pueda decir que «lleva la alegría del dominicano en la sangre» o algo parecido, que es lo que ha querido decir. Sobre su puertorriqueñidad, es de suponer que ha querido decir que los puertorriqueños le han dado la oportunidad de integrarse a este país, acogiéndolo como si hubiera nacido aquí. Pero, no es lo que ha dicho. (Dejo a un lado la realidad de que no somos los boricuas quienes decidimos quién viene a vivir con nosotros y permanece aquí, sino los americanos, pues, en esta relación colonial, la inmigración es un asunto en manos del Gobierno de Estados Unidos.)
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