Ya no me debería sorprender, pero la mala redacción puertorriqueña es de antología. Aunque data de 2004, una enmienda reciente me recuerda la Ley de Nuestra Música Autóctona Tradicional Puertorriqueña. ¡Maravilla de pleonasmo y redundancia! Vamos por parte.
Porque, si la ley la aprueba la Asamblea Legislativa de Puerto Rico, nuestra música no puede ser otra cosa que puertorriqueña. Igual ocurre con referirse a ella como autóctona, es decir, originaria de este país. Encima de todo eso, el legislador ha creído necesario remachar, llamándola tradicional, como si no bastara con la caracterización anterior, pues lo autóctono, forzosamente, es lo tradicional.
Esto es producto de la inseguridad general que nos aqueja como pueblo que vive una indefinición política varias veces centenaria. Véase la falta de la palabra nacional en el título de la ley. No es casualidad. La afirmación de lo nuestro es anatema para los anexionistas y pone nerviosos a los autonomistas, perennemente tibios y timoratos en lo que a la nacionalidad se refiere.
En fin, habría bastado con decir «nuestra música autóctona», «nuestra música tradicional», «música autóctona puertorriqueña» o «música tradicional puertorriqueña». Pero, eso requeriría una claridad lingüística y mental que no tenemos.
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